Ambientes
Llega la noche. Con ella también llegan sus sonidos. Algunos imperceptibles de día y otros inconcebibles. Los grillos, los pasos, la tele encendida de un vecino, murmullos de la otra habitación, un aire acondicionado, una estufa y esa frecuencia que resuena en nuestros propios oídos. Salimos a la calle. Viento, hojas, ramas. Un auto pasa cada diez minutos. Lo sentimos venir desde muy lejos y tarda una eternidad en callarse. Repentinamente pasa un tren por nuestro barrio y nos acordamos que efectivamente hay una estación a veinte cuadras que de día no percibimos. ¿Será la refracción sonora? ¿Será que la ciudad está muerta? La verdad que esto carece de importancia. Lo que sí sabemos es que el silencio de la noche nos permite descubrir sus ruidos ocultos y son estas melodías las fieles acompañantes de los desvelados.
Rango dinámico
La noche es el refugio de muchos. El gran común de la gente pretende encontrar en ella el silencio y la paz. Se encierran para descansar, olvidar sus problemas y dar vuelta la página a una jornada. Por el contrario, los desvelados van desde el silencio hacia el ruido y desde la soledad hacia la compañía. Se juntan a disfrutar, a hablar, a olvidar, etc. Su recorrido nocturno coincide con la dinámica sonora. Desde la suavidad y la tranquilad de la noche cobran sentido los diálogos que van incrementando en intensidad para converger en el éxtasis festivo donde se despiertan el resto de la frecuencias del espectro sonoro. La dinámica está en su mayor complejidad, sumergida en un aparente caos. El alcohol va y viene y el sonido parece tambalearse en su meta por organizar lo visual. Una elipsis temporal estructurada por una melodía acusmática permite un respiro y una recomposición. Progresivamente los niveles van disminuyendo hasta volver a su punto de origen. Ambiente matutino. Pájaros, autos y los desvelados refugiándose.
Planos sonoros
El éxito recae en una buena individualización y registro de cada una de las fuentes y de ahí la reconstrucción de la naturalidad sonora. Tanto voces como ambientes deben considerarse como instrumentos separados. En la calle el diálogo es plenamente voco y verbocentrista estando en un primer plano. De fondo, el ambiente parece calzar perfecta y suavemente como mero acompañante. Luego la fiesta, el caos y la distorsión. Convergen cuatro planos sonoros: el ambiente nocturno de la casa, el ambiente festivo de la muchedumbre, la música pasada por filtros que dan sensación de “artefacto” y el diálogo en sí que pierde su plena vococentricidad. La música, las risas y los vasos de la festividad se sienten y se oyen desde todos los ángulos, a cada momento. Los desvelados han encontrado su ruido, su música, su noche.
Llega la noche. Con ella también llegan sus sonidos. Algunos imperceptibles de día y otros inconcebibles. Los grillos, los pasos, la tele encendida de un vecino, murmullos de la otra habitación, un aire acondicionado, una estufa y esa frecuencia que resuena en nuestros propios oídos. Salimos a la calle. Viento, hojas, ramas. Un auto pasa cada diez minutos. Lo sentimos venir desde muy lejos y tarda una eternidad en callarse. Repentinamente pasa un tren por nuestro barrio y nos acordamos que efectivamente hay una estación a veinte cuadras que de día no percibimos. ¿Será la refracción sonora? ¿Será que la ciudad está muerta? La verdad que esto carece de importancia. Lo que sí sabemos es que el silencio de la noche nos permite descubrir sus ruidos ocultos y son estas melodías las fieles acompañantes de los desvelados.
Rango dinámico
La noche es el refugio de muchos. El gran común de la gente pretende encontrar en ella el silencio y la paz. Se encierran para descansar, olvidar sus problemas y dar vuelta la página a una jornada. Por el contrario, los desvelados van desde el silencio hacia el ruido y desde la soledad hacia la compañía. Se juntan a disfrutar, a hablar, a olvidar, etc. Su recorrido nocturno coincide con la dinámica sonora. Desde la suavidad y la tranquilad de la noche cobran sentido los diálogos que van incrementando en intensidad para converger en el éxtasis festivo donde se despiertan el resto de la frecuencias del espectro sonoro. La dinámica está en su mayor complejidad, sumergida en un aparente caos. El alcohol va y viene y el sonido parece tambalearse en su meta por organizar lo visual. Una elipsis temporal estructurada por una melodía acusmática permite un respiro y una recomposición. Progresivamente los niveles van disminuyendo hasta volver a su punto de origen. Ambiente matutino. Pájaros, autos y los desvelados refugiándose.
Planos sonoros
El éxito recae en una buena individualización y registro de cada una de las fuentes y de ahí la reconstrucción de la naturalidad sonora. Tanto voces como ambientes deben considerarse como instrumentos separados. En la calle el diálogo es plenamente voco y verbocentrista estando en un primer plano. De fondo, el ambiente parece calzar perfecta y suavemente como mero acompañante. Luego la fiesta, el caos y la distorsión. Convergen cuatro planos sonoros: el ambiente nocturno de la casa, el ambiente festivo de la muchedumbre, la música pasada por filtros que dan sensación de “artefacto” y el diálogo en sí que pierde su plena vococentricidad. La música, las risas y los vasos de la festividad se sienten y se oyen desde todos los ángulos, a cada momento. Los desvelados han encontrado su ruido, su música, su noche.
Hernán Higa, Sonido